27.5.13

te siento temblar contra mí, como una luna en el agua.

Le oí gritando cientos de veces en silencio, por la frustración de tener una idea y un sentimiento atorados en la garganta, y no poder vomitarlos en cualquier hoja de papel malparada o atravesada. Otras veces le vi golpeando sus dedos contra unas teclas que se rehusaban a marcar la letra E y la letra M, casualmente las iniciales de un romance que culminó como comenzó, el abandono de un ser querido.

Aquellas teclas que se rehusaban a marcar la letra E y la letra M pertenecían a una vieja máquina de escribir de color azul guarapita que le perteneció a un don nadie, y que ese don nadie abandonó en medio del camino a casa de mamá. Asumo que el fulano don nadie tenía la misma frustración literaria de querer vomitar palabras transformadas en frases, pero la rapidez con la que se mueven en la mente, impiden la perfecta coherencia que haría posible llevar tal obra a las hojas del papel fino que nos trajo Sofía de España. La susodicha  frustración literaria, por supuesto, siempre conlleva a la autoflagelación de golpearse la cabeza contra el marco de la cama (a ver si las ideas se conectan), y visitar la nevera cada 25 minutos esperando que mágicamente aparezca un plato de comida que calme la ansiedad.

Le vi de reojo infinitas veces deslizando su dedo por mi perfil, con un garabato que nunca entendí sí era una sonrisa de alegría o de nostalgia. Sentí sus dedos ásperos, con furia, intentando arrebatarme el sostén, gratificación fisicomental por la rapidez con la que movía los huesos de su mano y salía volando por los aires aquel armadillo de encaje negro como zamuro asechando carroña. A veces pienso que en los liceos deberían enseñar cómo quitarle el sostén a una dama para que se eviten esa situación tan bochornosa justo en los preparativos del momento más anhelado de la noche, donde incluso los vestidos más bonitos, caen al suelo sin pudor y sin rencor.

Aprendí con sus silencios que puedo comprender más sobre la vida, la filosofía, la geografía y la anatomía en una tarde de llovizna, que en una semana de sol (si estás con las personas indicadas), y finalmente acepté su teoría que - siempre que te caiga un libro en las manos, no cuestiones su procedencia, meramente léelo-. Según su percepción de las cosas, la lectura va moldeando y definiendo las características del ser, y por más terrible que sea leer a Coelho o a Galeano, es necesario, para formar una opinión muy propia, muy autónoma.

Aquella mañana, cuando abrí los ojos, con solo ver su mirada turbia, entendí que había llegado el día, aquel momento que intenté posponer mil veces en mi mente. Toda buena historia debe tener un mejor final, y sabíamos que había llegado el final. Decidimos hacer el amor en esa tarde de llovizna, escuchando la melodía del piano al compás de los gemidos más dulces, y profundamente dolorosos que he sentido en mi vida. Mientras sus manos envolvían mi torso, sus caderas se acoplaban con facilidad al ritmo de las mías. Un baile entre el viento del Norte y el del Sur, un éxtasis entre sentimientos encontrados del no querer dejar a alguien, pero saber que hay que pasar la página para escribir un nuevo capítulo.

Así me sentí la noche del 20 de Noviembre cuando no supe más de tí, ni de tus displaceres, y sólo puedo recordar el dulce aroma de la taza de café cuando ya te habías ido.


1 comentario:

  1. A ti te imagino en ese momento de tu vida, y casi logro sentir como al momento de escribir tu piel se eriza, tu respiración se acelera y tu imaginación se va a rincones donde que sólo tu conoces.. Si esa fue tu intención al escribir esto, considerate realizada; si no, al menos en mi provocaste algo..

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