5.6.13

si nos dejamos vencer.

El silencio de las seis de la mañana me despierta paulatinamente hasta poder reconocer mi existencia entera encima del colchón de la habitación.

Es otra rayita más para el calendario que esta guindando en la cocina, una raya más para un día que no recordaré. La monotonía ha absorbido todo lo que me quedaba de vida estos últimos años. Ya todo lo que hago no lo hago ni por convicción propia, ni satisfacción personal, ni siquiera recompensa monetaria. Lo hago simplemente porque si dejo de hacerlo, mi familia y yo entraríamos en la lista naranja y nadie quiere estar en la lista naranja por que eso significa estar en el radar. Mantener el perfil bajo se ha vuelto el día a día de todos.

Un mero gemido significa buenos días, hace rato dejamos de involucrarnos con quien sea que no viva dentro de nuestro hogar, no podemos darnos el lujo de que se malinterpreten nuestros saludos de cortesía y terminemos como cadáveres siendo una cifra más de los desaparecidos. Una cifra que se desconoce, incluso hasta por el más alto funcionario del Estado - Gobierno.

Me arrepiento de haber permitido que ocurriera esto hasta este punto. Sí lo advertí mil veces, pero debí advertirlo con mayor fervor. Quizá hablarles más crudamente, aunque creo que no hubiera hecho la diferencia, ya ellos habían tomado una decisión desde hacia mucho tiempo. Todos ellos, los exiliados quiero decir, quienes en algún momento fueron mis vecinos, primos, compañeros de clases, conocidos, ya no están acá, y más nunca podrán estarlo. El Estado - Gobierno se encargó de dejarlo claro con la masacre a la oposición, es decir, a todo aquel que no apoyara el proyecto del partido rojo.

Me arrepiento de no haber incentivado más al voto cuando todavía era nuestra elección. De no haber presionado más para levantarnos contra un gobierno opresor, que en aquella época era opresor. Ahora simplemente no hay nada que reprender o someter, ya sabemos que si no hacemos lo que nos dicen, no existiremos más.

En clases de historia mil veces estudié gobiernos así, similares, pero ninguno nunca le llegará a los tobillos a este. Cualquier símbolo de libertad, de expresión, de vida, ha quedado extinto y es una memoria borrosa que todos desean olvidar para poder continuar con el día a día, porque sino seremos parte de esa otra cifra de suicidios que las autoridades pretenden desconocer. Ya se sabe como la historia la escriben los vencedores, o en este caso los gobernantes.

Los días son grises, todas las calles, los rostros, son una fría muestra de lo que el petróleo formó. Un gran monstruo oscuro y hambriento de billetes rojos y verdes, billetes que solo quien ha demostrado lealtad absoluta a la junta patriótica (la cúspide, la cima de todos los funcionarios y servidores públicos) puede tener acceso a ello. De resto, todos los mortales tenemos una pequeña cartita que se va llenando a como el funcionario que atienda en tu comuna le plazca. Si le parece darte medio pollo por un mes, te da medio pollo por un mes. Si le parece darte una cebolla por tres meses, te da una cebolla por tres meses. No hay derecho a réplica. No hay un teléfono al que llamar para quejarte del mal servicio o de la sonrisa cínica. No hay algo que pueda darte si quiera esperanzas de que esto va a cambiar, porque simplemente no va a cambiar si quieres mantenerte con vida.

Pensamos que la isla de la felicidad ya era grave de por sí, o que el gran monstruo rojo del viejo continente había sido cruel, pero nos hemos equivocado en niveles que no les puedo explicar.

Subestimamos a aquel señor del bigote que ilegítimamente llegó al poder, y nos quedamos sentados viendo como se caía el país a pedazos. Nos quejamos cuando nos quitaron los medios de libre expresión. Nos quejamos cuando desaparecían los alimentos de los anaqueles. Nos quejamos cuando a nuestros niños les cambiaban el cuento de los próceres, y la independencia, y los presidentes. Pero nunca hicimos algo que hoy pudiera reconfortarnos para al menos pensar "lo intentamos".

Me arrepiento mil y un veces de que hoy ya si quiera pueda sentir rechazo a este gobierno, y mi autoflagelación diaria es saber que todavía no sufro el síndrome de Estocolmo, pero supongo que me lo merezco, me lo merezco porque no luché lo suficiente por mi patria, por mi tierra, por las aguas, y los mares y los ríos, y las más preciosas sabanas, llanos, montañas, atardeceres que vieron nacer a mis ancestros, desde la perla del caribe, sus playas, sus barquitos de colores llevando a su patrona, hasta las casitas de Santa Lucía al otro lado del país que parieron a mis abuelos, y a mis padres, y luego a mí, y aquí estoy pensando todo esto porque vi caer a mi país frente a mis propios ojos, y mi voz nunca gritó basta. Mi voz se entrecortó, no sé si por miedo, por ira, por indignación, pero nunca llegó el mensaje, y ahora ya no queda nada.

No hay patria, no hay perla del caribe, no hay casita de Santa Lucía. Tan solo queda un vacío imposible de llenar por saber que por estar muy ocupados, por no tener tiempo para la política, por dejar una vocecita manipular nuestros pensamientos, perdimos la única cosa que nos unía como hermanos sin importar la ideología, la clase, o el sexo…

y fue a mi hermosa y amada Venezuela.

1 comentario:

  1. No importa cuanto lo advirtiéramos: "guerra avisada no mata soldado sino es que es por descuidado" (o algo así) claramente tanto la patria como el pueblo no anda con cuidado

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